Cerró los ojos y sopló las velas de los pequeños barcos de los pescadores. Ayudó con un viento cálido a descongelar las cumbres de la montaña para que los ríos creciesen. Mandó pequeñas brisas para que los niños jugasen con sus coloridas cometas. Eolo disfrutaba ayudando a ese pueblo de humildes humanos, hasta que un día la aldea entera amaneció devastada por un huracán. Eolo lloró desconsolado. No había podido contener el estornudo.
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