miércoles, 26 de abril de 2017

EMIGRANTES

Subió los diez pisos hasta la azotea cargado con la ensaladera y el pan. Al abrir la puerta le golpearon en la cara los potentes rayos del sol y el sabroso olor a churrasco. Sobre la mesa del fondo, improvisada con ladrillos y un tablón, había raviolis italianos, pieroguis polacos y una exquisita tortilla española. El sushi y la yuca llegaron a los pocos minutos. Sentados en la cornisa, viendo el atardecer de aquella ciudad ajena, un grupo dispar esperaba a que la carne de la parrilla terminase de dorarse. Mañana, al igual que todos los días, tendría que echar curriculum otra vez, pero hoy, se merecía esa cena con su improvisada familia.

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