La cigarra y la hormiga estaban charlando tranquilamente a
la lumbre una tarde de otoño, poco antes de la llegada del invierno. Mientras
que la cigarra había disfrutado del verano cantando y saltando por los campos
de la región, la hormiga, junto a sus hermanas, no había hecho más que trabajar
buscando y almacenando alimento para pasar el invierno.
- Nunca entenderé como las hormigas soportáis vuestra vida. Todo
el día trabajando en lugar de disfrutar. Y, ¿para qué? Para compartir el
hormiguero con millones de compañeras con la cara igual de larga que la tuya.
No sé por qué no aprendes de mí. Si fueras la mitad de inteligente de lo que
somos las cigarras seguro que…
La hormiga se había levantado hacía ya rato para seguir
trabajando mientras su invitada continuaba con su perorata.
- … y mi maravillosa voz. Ya quisieran el resto de insectos de
la región tener si quiera parte de mis dotes…
La cabeza de la cigarra seguía voceando y presumiendo,
ignorando la presencia de su anfitriona que, laboriosa y humilde, continuaba
guardando en la despensa las partes desmembradas de la cigarra. Pronto
comprobaría si además de buenas cantantes, las cigarras también eran sabrosas.